Para estos tiempos que corren cada vez más, resulta que es tarea imprescindible la “psicología animal” o la “psicología robótica”; no nos alcanzo con adosarles nuestra insulsa e irresuelta imagen y semejanza a los pobres animales, que ya la utopizamos a los robots, que pronto aparecerán entre nosotros, casi como nosotros.
En Tokyo, ya hubo una cumbre sobre los “derechos” de los robots, de la que participaron científicos de todo el mundo ¡incluida Argentina!
Me hubiera gustado preguntarle, aparte, en el lobby del lujosísimo hotel donde se realizo el fututopista congreso, al “científico” conicetero argento si sabe ¿con qué sueñan los piqueteros? Y al de oriente medio ¿con qué sueñan los terroristas?
Ya no hay sueños utópicos: sólo nos han quedado las dis-topías rodeadas de una gran cantidad de imbecilidad creciente. No es in-humano pensar que puedan existir psicólogos de robots ¡es imbécil, además de patético!
Si todo se resolviera así de fácil, una calculadora podría hacernos la vida muchísimo más fácil ¡ni que hablar de una pc! ¡Todo puede mejorar con Microsoft!
Podríamos tener cargados todos los 0 y 1 que utilizaría para soñar cualquier grupo terrorista, buscar sus patrones referenciales en nuestra Matrix, leerlo freudianamente, interpretarlos hermenéutica-vattimalmente, inscribirlos en categorizaciones de desestabilización de orden mundial, y de ahí, ejecutar algún plan estratégico diferencial disolutorio del planteo electro-onírico.
¿Sueñan los terroristas? Sí, sin duda, sueñan con un enemigo que ya no existe, que se ha hecho inmortal, indestructible, inalcanzable, inencontrable, inexcrutable, inconsciente, imbécil. ¿Cómo se destruye aquello que no existe? Error al plantear así la pregunta. El terrorismo es una actitud, un modo de comportarse más allá de toda creencia en la voluntad, mucho más allá; el terrorismo es un modo de soportar la vida en este in-mundo mundo que hacemos cada día. Y el mal ahora se la tiene que ver con el auge por el “conocimiento”, sobre todo, de lo que dispone el Otro en tanto conocimiento: paranoia, le dicen.
Nietzsche se las vio cara a cara con Dios hace un par de siglos, hasta perderse en la locura; a nosotros nos quedó lidiar con esta tautología, con el desequilibrio, con este invento del terror.
Si existiera algo así como aquello que busca desestabilizar el terrorismo, sería como una especie de super-estado universal, y de hecho, casi no existe tal cosa, con lo cual, si el silogismo funciona (gracias a Aristóteles y los medievales) nos quedaría que el terrorismo no existe tampoco ¿no? al menos, no en un sentido “biopolítico”; si este super-estado multinacional no le da sentido biopolítico al terrorismo, queda clara y tristemente demostrado, siguiendo el silogismo como a mi me place, que el super-estado ese tampoco existe (pero sí su biopoder, por supuesto).
Esta es la desilusión del terrorismo, la despertar de su sueño: su irreversible destino es despertar de un sueño blando, en estéreo, derrotado, pesimista, grávido, amargo, agitado de ser sólo la contraparte de esta parodia.
¿Será por eso, que luego de despertar abrazan de tal forma a la muerte como si fuera la almohada o a la desaparición miserable, como única dignidad posible? Esta catástrofe es el duelo de los enmascarados, de los absurdos, de los irritables portadores de desgracia, de los movimientos políticamente desilusionados, sin poder pero irrefrenables.
Los terroristas sueñan y están obsesionados en no despertar, como los robots, y asumir su no-lugar, su in-existencia, su sola negatividad, su significado meramente dialéctico, su decepción paralizadora.
Ellos no hacen silogismos como los míos, y tampoco cuentan ovejas, igual que los robots.
A dormir, que mañana, mañana es mejor. Duerman bien y sueñen mejor, todavía.
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