Al rato esa luna al revés y un momento que se deshace, casi plenilunio, casi.
Como rozando lo que se piensa, como parado detrás de donde se piensa, tratando de ver para el otro lado, suena a vidrio, y se empaña también si le respiras cerca. Como si fuera una memoria, así de empañadas las imágenes, así se ven; y se les puede hacer un dibujito arriba, con el dedo seco, para que chorreen.
Se ve como de color azul claro, tipo francia, poco importa; y huele a naranjas cortadas por la mitad con cuchillo serruchito tramontina.
Si te acercas demasiado se apaga, si te alejas más de un metro se abre y sigue, para aquel lado, brillando para el costado, blanco muy blanco, y se va.
Si corres se corre, si esperas te desespera, si te vas se va con vos, si lo dejas te deja, si lo buscas se pierde, o no se deja encontrar. Esta ahí ¿no lo ves? ¡Ahí nomás, che!
Fijate atrás del cuervo, ese bicho te lo tapa; no, fijate abajo de esa luna o en ese cielo que se mueve para hacernos creer que el que se mueve es el cuervo: están todos confabulados.
Cuando queres pensar... te olvidaste, y ahí todo se hace todo ventana, y ves lo que pasaba pero no el engaño de lo que está pasando ahora. Las ventanas a veces pueden contener en un vidrio todo ese afuera que se te vendría encima, hasta aplastarte. Y otras te separan de todo, de todo eso que hace que te sientas vivo, ese indefinido infinito de cosas que esperan por uno, ahí, ahí afuera.
Hay veces en que las ventanas muestran, dejan ver, otras no. Nunca dejes de asomarte a tu ventana ni de apoyar la ñata contra el vidrio.
Dale ¡levantate! subí la perciana, todo está a la espera.
¡Te va a costar despertarte! Lavate esa cara y espialo, vas a ver que es color azul y no te duele nada, nada. Haceme caso, vas a ver, vas a ver...
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