4 nov 2009
Dejémonos escribir
Sabiendo de ante-mano que "los manicomios reciben los restos del Logos", pero que también esperan la locura, el suicidio, la mística, el Eros, la muerte, la poesía y el silencio. Así el afuera va rodeando y acechando al Logos, lo presiona y lo empuja haciéndolo tambalear hasta que pierde su equilibrio, para caer de su gruesa cuerda tensada de hermenéutica hacia su propio vacío.
En lo no-dicho descansa la Hermenéutica como tarea, como empresa,como espera, lúcida, paciente: como esperanza.
En lo no-decible se abre la ausencia de todo posible decir, se muestra el afuera como el límite que se deja transgredir en una experiencia hecha de vacíos, de uno sobre el otro, de un palimpsesto de pequeñas nadas, de tachas sin-hacer, in-encerrables en un sentido.
Lo no-decible es (im)posible y es ahí mismo donde se abre como (im)posibilidad, como presencia de un afuera que está vacío de ante-mano, como inexistencia de su ausencia, como desaparición.
Si no puedo no-decir (algo) de mí, inevitablemente (me) deslizo y resbalando caigo de nuevo en "Dios": "La 'Razón' en el lenguaje: ¡Oh, que vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática..." (Nietzsche)
Hay,
debe haber
una escritura ahí afuera
dejémos escribir, entonces...
13 feb 2009
Él o yo
Hipótesis que no asombraría en nada a Derrida o que le sacaría una mueca a Nietzsche, quien jocosamente nos aclara en su “autobiografía”, Ecce Homo: “una cosa soy yo y otra mis escritos”.
Lo que digo: es imposible hablar de un “yo” sin antes haberlo escrito, de lo que se sigue que cada vez que creemos hablar de ese “yo” (nosotros) no es más que la construcción engañosa que hacemos al decir-escribirlo en tercera persona. El testigo aparece en la escena que hemos montado de nosotros mismos disfrazados de “él”. El “él” es el único testigo de esta tercerización que hacemos de nosotros (el mejor ejemplo de una amplitud exagerada de ese “yo” primero, que imponemos a los demás “nosotros”, o lo que es lo mismo, los que son lo mismo que “yo”).
Una horripilante analogía de la tríada divina que domina nuestra cultura diría: Yo (Padre-Dios), Tú (hijo), Él (espíritu santo) es testigo en esa trilogía que es un gran ojo atento (y otra mueca de Nietzsche). Esta especie de secretario siempre presente que es el “él” se ha mantenido siempre en una oscuridad epistémica, en tal neutralidad ontológica hasta el punto de reservarse el rol de mero espectador en el envío del dios-hombre al mundo por parte de dios-Dio, para ser asesinado por el pueblo que Él había elegido para sí. Uno debió arrepentirse de su divina equivocación y al otro aún le duelen los clavos y le pesan los maderos, y el testigo sobrevuela dicha escena. Será el encargado de infundir un soplo divino a los escribas (contra todas las representaciones que el Yo-Dios había prohibido a su pueblo) que tomarán su misma actitud: neutralidad del “él”, la observación, un outsider que comenta lo sucedido como si fuera un acontecimiento.
¿Quién escribe? “Él”, siempre “él”, nunca escribe un yo. He aquí una plena y absoluta imposibilidad: la escritura del “yo”. Ni Yo-Dios pudo.
No hay posibilidad alguna de escribir una autobiografía, sin mentir. Al decir “yo”, primero ya ha sido escrito y segundo quien dicta es el “él”, para que “tú” leas y corrijas. No hay un autos sino un juego de las tres personas gramaticales, al modo de la Trimurti india: Brahma, Shiva y Vishnú; uno sueña el universo y lo crea, el otro lo destruye y el otro lo recrea, continuamente desde el comienzo de los tiempos. Un “yo” que juega a ser “tú” y ser “él”, para poder destruirse y reconstruirse entre tres, en un juego, sólo un juego.
En cuanto a la bio-grafía poco queda de la vida (bios) que no ha sido atravesado y materializado en algún grafo (escritura). Toda nuestra vida esta instaurada en una escritura, como si fuera una propiedad, un terreno, una casa, un templo. Miles de millones de grafos nos traspasan en cada parpadeo, aunque no nos demos cuenta, y van escribiendo eso que el “él” atestigua y nos dicta en palabras (grafías) como “la vida” (bios).
No existe algo como una escritura de la intimidad. La intimidad está demasiado cerca de lo privado (aquello que falta de algo) y del anonimato como para ser tomada como un valor. Si quien dicta es el “él” no hay posibilidad alguna de privado o anónimo para ese “yo” que pretende desnudarse, siempre con la ayuda de un tercero ¿excluído?
Yo no puedo hablar de-mí si no es desde otro lugar, desde “él”; si puedo hablar desde-mí o sobre-mí, pero quien habla ahí ya no soy “yo”, sino “él”.
“El “yo” constituye un privilegio sólo de aquellos que no van hasta el fondo de sí mismos” dice Ciorán, Nietzsche sonríe, Derrida escribe y yo,
“yo” garabateo.
26 nov 2007
un vacío
Para estos tiempos que corren cada vez más, resulta que es tarea imprescindible la “psicología animal” o la “psicología robótica”; no nos alcanzo con adosarles nuestra insulsa e irresuelta imagen y semejanza a los pobres animales, que ya la utopizamos a los robots, que pronto aparecerán entre nosotros, casi como nosotros.
En Tokyo, ya hubo una cumbre sobre los “derechos” de los robots, de la que participaron científicos de todo el mundo ¡incluida Argentina!
Me hubiera gustado preguntarle, aparte, en el lobby del lujosísimo hotel donde se realizo el fututopista congreso, al “científico” conicetero argento si sabe ¿con qué sueñan los piqueteros? Y al de oriente medio ¿con qué sueñan los terroristas?
Ya no hay sueños utópicos: sólo nos han quedado las dis-topías rodeadas de una gran cantidad de imbecilidad creciente. No es in-humano pensar que puedan existir psicólogos de robots ¡es imbécil, además de patético!
Si todo se resolviera así de fácil, una calculadora podría hacernos la vida muchísimo más fácil ¡ni que hablar de una pc! ¡Todo puede mejorar con Microsoft!
Podríamos tener cargados todos los 0 y 1 que utilizaría para soñar cualquier grupo terrorista, buscar sus patrones referenciales en nuestra Matrix, leerlo freudianamente, interpretarlos hermenéutica-vattimalmente, inscribirlos en categorizaciones de desestabilización de orden mundial, y de ahí, ejecutar algún plan estratégico diferencial disolutorio del planteo electro-onírico.
¿Sueñan los terroristas? Sí, sin duda, sueñan con un enemigo que ya no existe, que se ha hecho inmortal, indestructible, inalcanzable, inencontrable, inexcrutable, inconsciente, imbécil. ¿Cómo se destruye aquello que no existe? Error al plantear así la pregunta. El terrorismo es una actitud, un modo de comportarse más allá de toda creencia en la voluntad, mucho más allá; el terrorismo es un modo de soportar la vida en este in-mundo mundo que hacemos cada día. Y el mal ahora se la tiene que ver con el auge por el “conocimiento”, sobre todo, de lo que dispone el Otro en tanto conocimiento: paranoia, le dicen.
Nietzsche se las vio cara a cara con Dios hace un par de siglos, hasta perderse en la locura; a nosotros nos quedó lidiar con esta tautología, con el desequilibrio, con este invento del terror.
Si existiera algo así como aquello que busca desestabilizar el terrorismo, sería como una especie de super-estado universal, y de hecho, casi no existe tal cosa, con lo cual, si el silogismo funciona (gracias a Aristóteles y los medievales) nos quedaría que el terrorismo no existe tampoco ¿no? al menos, no en un sentido “biopolítico”; si este super-estado multinacional no le da sentido biopolítico al terrorismo, queda clara y tristemente demostrado, siguiendo el silogismo como a mi me place, que el super-estado ese tampoco existe (pero sí su biopoder, por supuesto).
Esta es la desilusión del terrorismo, la despertar de su sueño: su irreversible destino es despertar de un sueño blando, en estéreo, derrotado, pesimista, grávido, amargo, agitado de ser sólo la contraparte de esta parodia.
¿Será por eso, que luego de despertar abrazan de tal forma a la muerte como si fuera la almohada o a la desaparición miserable, como única dignidad posible? Esta catástrofe es el duelo de los enmascarados, de los absurdos, de los irritables portadores de desgracia, de los movimientos políticamente desilusionados, sin poder pero irrefrenables.
Los terroristas sueñan y están obsesionados en no despertar, como los robots, y asumir su no-lugar, su in-existencia, su sola negatividad, su significado meramente dialéctico, su decepción paralizadora.
Ellos no hacen silogismos como los míos, y tampoco cuentan ovejas, igual que los robots.
A dormir, que mañana, mañana es mejor. Duerman bien y sueñen mejor, todavía.