A la tarde, volviendo de Seijo de ver como los sakuras techan las calles, por la orilla del río Sengawa -ese río que hace que te olvides de pensar- se me cruzó un naranjo. Mi cabeza palpitó un momento, y mi corazón se a-cordó de todo: mi patio, los olores de las retamas, las frutas, el limonero, los olivos, el paredón de bloques, mi mortífero triciclo de fierro, las naranjas agrias pero de "casa", mi viejo, ahí abajo del naranjo dejando que se haga el asado, chiflando algún tanguito; de las distancias, de las faltas, de los olvidos, de todo lo que me sobra.
Mi corazón se hizo kokoro.
Me paré, y de espaldas al Sengawa, con los ojos cerrados, me inspiré todo el olor a mis recuerdos que había ahí.
Mi naranjo no huele sólo a azahares, huele a recuerdos, y los míos tienen ese olor. La profunda inspiración me llenó los pulmones y los rebalsó de memoria, de aromas del pasado que se hicieron ahora, recién. Cuando abrí los ojos, el Sengawa seguía su irreprochable curso hacia la bahía de Tokyo, y mi corazón-kokoro pensaba que a veces... las cosas que re-cuerdo me parecen muchísimo más reales que las que veo, y cada recuerdo mío tiene una forma anaranjadamente redonda y sabe a naranja de mi patio, y huele así.
y el Sengawa enseguida hizo que me olvide....
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