"Wat Phra Mahathat" es un templo especialmente famoso por la cabeza del Buda entre las raíces de un árbol. Según cuenta la leyenda cuando las tropas Birmanas entraron en Tahilandia y decapitaron a los budas, una cayó a los pies de un gran árbol y este la protegió con sus raíces.
El mío no tuvo esa suerte.
Cayó, pesada, angustiosa, estrepitosamente sin que pudiera hacer algo para amortiguarlo.
Cayó, calló, caímos-cayamos.
Me mira como me miró aquel de Kamakura, con infinita bondad y compasión, pero ya no ve lo mismo.
Trato de mirarlo como una vez miré a aquel de Kamakura, a los de Kyoto, a los de Anghkor Bat, a los de Vietnam, a los de Tokyo, Asakusa o Tailandia, y no puedo.
No podemos, no podemos mirarnos, no podemos; ya no podemos.
Ojos sin rostro que parpadean buscándole el cuerpo que le falta, lo que falta, lo que nos falta.
Lo que ya no está, lo que fue, lo que está-por-venir.
Falta.
Y esos ojos, sin cuerpo.
Habrá tenido un último momento de conciencia al sentirse caer y rodar su cabeza, guardando en su memoria esa última triste y desconsolada imagen en caída.
¿Buscará esa cabeza al cuerpo que le corresponde?
¿Se verá del mismo modo sin cuerpo?
Birmanos, Talibanes o Khmer Rouge, ya poco importa la fraseología, los anti- o las ideologías: todos decapitadores de budas.
Y ahí, esa cabeza sin cuerpo, que mira sin ver.
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