¿Cómo escribir haiku después de Hiroshima y Nagasaki?
10 de Agosto de 1945
No sé su nombre. Sé su mirada. Su cuerpo está preparado para
dejar de existir. Su corazón aún anhela seguir viviendo para verlo crecer.
Ambas cosas se dan en el mismo momento en que ella decide peinarlo. Su frágil
belleza está opacada por las quemaduras y por la tristeza, pero su ternura
desborda el dolor que le recorre lo que queda de su cuerpo, y llega hasta sus desconsolados
dedos. Una mano quemada por radiación, más precisamente, lo que quedó de su mano
deformada, convulsionada y acalambrada buscando tocarle la cabeza quemada,
irritada, encendida de su hijo.
Sabe que va a morir, pronto. Su hijo, si es afortunado,
quedará con algún pariente cercano, o será un invisibilizado más de la guerra. Sólo
le quedan fuerzas para intentar acariciarlo, para acariciarlo por última vez,
para dejarle un mimo entre sus pensamientos, para tratar de imaginarlo sano,
para que mañana cuando se peine recuerde a su madre medio-viva-medio-muerta. Lo
toca con la última ternura que le queda, casi compasión…
Ella va a morir, pero se esperanza en que su hijo crezca sin
secuelas.
Ella muere, afortunada, consolada en que se cumple la ley de
la vida: muere como madre, su hijo
vive.
Murieron miles de personas, los árboles, las aves, los
animales, los insectos: el haiku se vació de golpe, sin quién los escribiera y
sin el contenido.
Murió ella, mientras acariciaba a su hijo.
Imposible
escribir algo…
Salvo si uno fuera Seishi
鶫死して翅拡ぐるに任せたり
Al morir, el tsugumi
dejó a sus alas
abrirse por última vez
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