31 ene 2008

artefacto

Con el respeto que se debería tener en ese momento adánico de nombrar por vez primera a las cosas, para hacerlas aparecer en ese ademán mágico del lenguaje, como recién salidas, como una calcomanía de la palabra que las dice, así de juntas, palabras y cosas.

Tratando de usar con cuidado ese estreno de palabra y de cosa, con la discreción de destinar esa palabra a un llenado de materialidad que no rebalse, que no falte, pero que tampoco colme cada agujero vacío del interior de cada palabra.

Custodiar esa palabra para que alcance para decir todo aquello que queremos, y que no podemos señalar; aquello que sentimos y que no nos alcanza, o aquello que queremos ocultar y que se hace superficie.

Poder callar, hacer silencio, negar la voz, enmudecer. Todos juguetes del mismo lenguaje cuando no quiere mostrarse en su plenitud.

Con el mismo asombro de los cabalistas, que creen poder encontrar en los esqueletos de las palabras el adn de las cosas y la firma del dios de los 99 atributos y los 100 nombres. Con más de mil y una noches tratando de develar cuál fue la primer palabra pronunciada por ese dios.

Con el complemento que otorga la ceguera para los poetas, y con esa ventaja de leer con sus dedos, de acariciar la palabra casi rozando a la cosa misma.

Como si se pudiera recuperar un grado cero de la voz nombrante del mundo por aparecer.

Entre miles de anagramas, de crucigramas, de gramáticas y sintaxis, de mentiras, de las sutiles y delicadas, pero persistentes.

Todo se reduciría a una serie de combinaciones posibles, que con el tiempo, no serian difíciles de encontrar: letras juntándose con mas letras, y encerrando un sentido revelador de algún plan divino, del pensamiento de dios antes de crear este mundo, todo eso en una formulación escondida dentro del lenguaje: la mejor mentira, la más bella, después de dios mismo.

Nada más amoroso que un discurso que se fragmentara hasta hacerse desaparecer, él mismo en el mismo, en un mismo acto de aparición y desvanecimiento.

¿Y las cosas? Hay que buscarlas raspando con las uñas en la superficie de cada palabra, como despintando, como un quitaesmalte.

Las cosas: no más que lo que queda escondido en el lenguaje. El mejor lugar para guardar algo y que nadie lo encuentre.

Porque no se puede tocar.

1 comentario:

Unknown dijo...

cosas, cosas, cositas, dice una amiga mía... me pasan cosas, me hacen cosas, me dicen cosas...