19 oct 2007

Proyecto 17grises

Proyecto 17grises

Por Guillermo Goicochea

Luego de estos agradecimientos solo quisiera dejar unas palabras, a modo de interrupción, como haciendo un dobladillo más de lo demasiado.

Creo que la pregunta que se nos impone ahora es: ¿quiénes somos nosotros? Sobre todo para aquellos que no nos conocen.

Digo, nosotros los que llamamos a compartir este momento, nosotros que les pedimos que participaran, que los convocamos como amigos para participar de este momento.

Nosotros, ante todo y antes que nada, somos un grupo de amigos.

Cuán diferentes se pueden mostrar las opiniones entre nuestros amigos. Cuán divididos están los sentimientos, las intensidades, las sensaciones, incluso entre los más íntimos. Pero ¿Nos quedaríamos paralizados ante esta constatación, propensos a la hostilidad y al mal entendido? ¿o elegiríamos acaso la soledad y el aislamiento?

Un viejo sabio moribundo exclamaba en su lecho de muerte: “¡Oh amigos! No hay amigos”. Esta era toda su sabiduría y su última voluntad.

Más allá de la singularidad de mi envío, del de mi lengua y mi habla, el límite para recibir esta exhortación se despliega (y debe hacerlo) en una política de la amistad.

La muerte y la amistad, se funden en el viejo sabio y entre sus amigos: “no hay amigos” clama la muerte. Sin embargo, el viejo re-clama: “Oh, amigos”.

La sentencia no falla, ambos hablantes tienen su razón, su verdad, su constatación: la amistad.

Aquí más que una interrupción, mis palabras pretenden apelar a una disrupción. Un desplazamiento que nos permita lanzar la cuestión de la amistad como una cuestión de lo político; sabiendo, por adelantado, que lo político no es nunca por anticipado la política.

Para nosotros cuestión de lo político no quiere decir que lo político esté definido de antemano, sino justamente, la cuestión como un asunto, como un tema, como trama, como contenido, como un poner, un cuestionar a lo político desde su fundamento: el de la amistad.

Hay una amistad por venir y una del porvenir. Si el viejo sabio muere, como sabemos que muere, se debe amar más la amistad para ver hacia delante, al porvenir, que amar el duelo por venir del amigo.

Se debe amar lo que todavía no está, lo que aún no ha llegado; ésta es la mejor de las políticas posibles: una amistad con el lejano.

Este es el modo en que elegimos conjugar la amistad: como un abrirse a lo posible cuya posibilidad viene ganándole a lo imposible. Sin este imposible (como obstáculo o inconveniente) lo posible sería mera casualidad o suerte.

De esta inclusión violenta de la imposibilidad, nos apuramos a pensar; la sentencia diría: pareciera que no puede haber amigos ahí donde no haya enemigos; deberemos prestar atención a esta exagerada y sutil dinámica, que transforma en necesaria la relación de amar al enemigo, lo que, a fin de cuentas, transforma, sin mucha resistencia, la enemistad en amistad.

Así quedaría definido que mis amigos son enemigos que he aprendido a amar, o los enemigos de mis amigos también son mis amigos. En el mismo momento en que uno necesita de enemigos para regocijarse en sus amigos, la inclusión se hace exclusión: ahí han muerto tanto el viejo sabio como su amistad.

Parece una locura amar en el mismo momento de inclusión al enemigo en el amigo y viceversa. Por esto, preferimos incluir(nos)los en una conjugación más amplia.

Nosotros, no sólo es una instancia gramatical cómoda para dirigirnos a Uds. Nosotros quiere (y queremos) decir, del lado desde donde se escribe esto, que nos dirigimos a Uds. como a nosotros, como a destinatarios de un nosotros en formación, abiertos a que se nos unan, para llegar a ser amigos de los amigos que tenemos y que somos.

Quejándonos de la semántica y de los alcances gramaticales nosotros somos amigos a pesar (o a partir) de las proximidades, distancias, instancias o semejanzas.

La invitación es a formar parte de esta forma de la amistad, al más lejano, diferente e incomparable. Y como el lenguaje nos deja en el borde, apelamos a los colores. Más precisamente a un color, a un balance dinámico, que oscila entre extremos sin permanecer en ninguno de ellos. Para poder escapar a las lógicas de lo binario, para jugar en los degrades, para esfumarse de lo claro a lo oscuro y viceversa; para abrirnos a las dimensiones que apelan a los matices, a las diferentes tonalidades, a las texturas de los colores y sus gamas, al desvanecimiento de los colores puros, más allá del blanco y negro: grises, 17grises.

Los grises no son un refugio, una comodidad ideológica, ni un gatopardismo político o una cobardía intelectual. Nuestra propuesta es otra. No nos definimos por oposiciones, ni por ir-contra-de; preferimos concretarnos desde lo constructivo, desde el hacer, desde el proponer, el discutir, el dialogar, desde las experiencias amorosas más que desde las hostilidades.

No respondo de mí ni ante mí, ni ante Uds., sino ante nosotros 17grises, al nosotros del presente, y al nosotros del porvenir, aunque me dirija a ese nosotros en presente. Los invito a una irresponsabilidad amistosa infinitamente dividida, diseminada y compartida, sin hostilidades frente al otro, frente al más lejano, ni en blanco ni en negro.

Y porque sí hay amigos. Y hoy los han traído hasta acá, a este momento de alegrías compartidas, la irresponsabilidad de su afecto hacia nosotros, ese ladino error que crea una ilusión acerca de cada uno de nosotros.

A nosotros, los 17grises, nos llega la hora de decir

¡Amigos no hay amigos!, exclamó el sabio moribundo; ¡Enemigos, no hay enemigos!, exclamo yo el loco viviente.

F. Nietzsche, “De los amigos”, en Humano, demasiado humano, parágrafo 376.


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