Todo lo profundo ama el disfraz…
Cerati
Disfrazarnos. De nosotros mismos (pensado doblemente). Una vez puesto el disfraz, animarse a espiar, ver todo como desde un tragaluz, en puntas de pie y haciendo equilibrio.
Aprovechar la lección que nos deja la máscara: ver por el agujero del ojo como lo real se hace en un juego. Disfrute y goce del juego que mueve al mundo, que lo cambia, que lo deviene. Donde todo lo real va perdiendo su aristocracia, y lo permanente se pone en tránsito: nada es tan terriblemente lógico-mecánico ni tan importante como parece.
El ojo del enmascarado, como el del artista y el del poeta, alberga en su interior a la belleza: todo le danza, todo se escribe, todo le habla alrededor al que sabe espiar; la vida se puede mirar fijo a los ojos.
Nietzsche
La máscara no re-presenta. Se hace una segunda piel. No hay límites posibles, no existe una máscara separada de una cara. Se me antoja: más-cara, otra cara más para cada uno de nosotros, otro de nosotros, el sí-mismo que somos, el que vemos, el que dejamos que vean como nosotros, el que vuelve de esa mirada.
“Semejante escondido, que por instinto emplea el hablar para callar y silenciar, y que es inagotable en escapar a la comunicación, quiere y procura que sea una máscara de él la que circule en lugar suyo por los corazones y cabezas de sus amigos; y suponiendo que no lo quiera, algún día se le abrirán los ojos y verá que, a pesar de todo, hay ahí una máscara de él – y que es bueno que así sea…”
Nietzsche
La misma doble presencia se hace epifanía, se abre a sus multiplicidades, se disloca y se hace una con uno: se hace rostro, pros-opon dicen los griegos (lo que está y se ve por delante). Todo lo demás, lo que no puede ni debe acceder a la vista, queda detrás; mejor dicho, delante: es la máscara.
Dioses y demonios se unen en la máscara. Ella se une a la piel de la cara, para hacerse rostro divino o demoníaco; en última instancia, todo rostro es una muestra de la humana divinidad que nos habita.
Desenmascarar a alguien es desgarrarle no sólo la piel del rostro, sino su subjetividad a través de las heridas sobre su cuerpo, sus propósitos, sus intenciones, su ser más íntimo.
Detrás de la máscara sólo queda detrás.
Y la voz: per-sono, el sonido a través de su percutido, de su eco detrás de esa máscara, se hace persona. La máscara es lo que nos hace ser personas, un sonido, un eco de lo que somos; sólo somos a través de la máscara, atravesándola con un sonido: nuestra identidad también puede definirse por nuestra voz, y por lo que esta enuncia.
“Todo espíritu profundo necesita una máscara: más aún, en torno a todo espíritu profundo va creciendo continuamente una máscara, gracias a la interpretación constantemente falsa, es decir, superficial, de toda palabra, de todo paso, de toda señal de vida que él da--.”
Cada máscara es un gesto de buena voluntad, un gesto amoroso y amable que exime a los demás de lo que no deben ver, un auxilio que damos para que nos vean como creen y quieren vernos. Y no somos responsables de la confusión. Sí de la omisión.
La mejor máscara: palmas sobre la cara, cuando cerramos los ojos y (nos) hacemos silencio.
2 comentarios:
Disfrazarnos para vernos,
para llorarnos,
para quedarnos así,
abrazados en un ensayo solipsista.
Disfrazarnos y ya no saber...
de quién es el disfraz
La máscara es el dato de la autoconciencia del rostro como lenguaje. Nada hay en ella de naturaleza. Su artificio dice a gritos el artificio del rostro, su desnaturalización; pero también dice la endeble condición del rostro en que imaginamos una verdad.
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