26 dic 2007

buenos deseos

Una de las mejores y esenciales características de la funcionalidad de las cosas es su capacidad para la generación de deseos.
Esto puede llegar a tornarse insoportable, hasta para la cosa-misma, cada vez que tenemos esa vana, insensata, arrogante e irracional pretensión de que se muestren en su verdad. Pretendemos un desnudo total, un develamiento íntimo, una mostración absoluta: ¿¡para qué!? ¿Será nuestro impetuoso animo dominador masculiamenazante? ¿para qué ver la cosa en toda su realidad verdadera y absoluta? Para esto no hay ojos posibles, no hay principios epistémicos que alcancen, y la gnoseología se hace trampas a sí misma: la cosa siempre se presenta infinita en su mismidad, lleva su x y su z dentro de sí, por afuera nada, por adentro nada: dos nadas y la cosa en el medio, oscilando, pendulándose, esperando por terminar de hacerse, para aparecer, para darse, hasta contra nosotros y estallar en mil pedazos, en mil predicados, en mil caracterizaciones, en mil adjetivos, en trozos de espejos que se reflejan el uno al otro, en el lenguaje, que oculta.
La necesidad humana de dominio, de certificaciones catastrales, de representaciones propias, de intimidades del conocimiento, mi cosa, yo, mi yo, yo-cosa, mi conocimiento, mis bajos instintos, y la cosa, de lejos.


Por suerte existe algo así como un segundo movimiento inconsciente, en el que no hacemos mas que lanzar a las cosas a su campo de protección: ni bien comenzamos ese en vano de la verificación objetiva, éstas, por un efecto de reversibilidad anti-sujeción, regresan a su misterio original.
Y desde ahí, nos espían, mientras tratamos de desatarnos los nudos que nos hicimos.

Y nada.

1 comentario:

. dijo...

Cita Cippolini a Bataille: “Soy filósofo, al menos hasta un cierto punto, y toda mi filosofía consiste en decir que el principal objetivo que uno puede llegar a tener es destruir en sí mismo el hábito de tener objetivos. (…) El objetivo está limitado por la muerte. Pero en tanto se vive en el instante presente, sólo hay lugar para ver las cosas del modo más favorable, porque no se tiene la menor preocupación en lo que concierne al porvenir. [Acabar con el objetivo] en provecho de ese desorden del pensamiento que me gusta y que, me parece, viene a contravenir una frustración general. En el desorden del pensamiento nace la poesía.”